¿Ficción o Realidad? Robinson Crusoe, Sherlock Holmes y James Bond existieron realmente alguna vez. Drácula, el hombre-lobo y el Dr. Jekill y Mr. Hyde tampoco son personajes tan ficticios como creemos. No nos asustemos, sin embargo, porque ya forman parte de la historia, pero no vivamos desprevenidos porque pueden (suelen) reaparecer con otros nombres.
¿Son las leyendas y las historias literarias un producto de la febril imaginación de sus narradores, o tienen acaso algún fundamento en la realidad? Intentemos aclarar esta cuestión comenzando con un trágico acontecimiento ocurrido hacia fines de la Edad Media.
Por aquella época era costumbre entre los nobles de la Europa Oriental mantener vínculos sexuales incestuosos, lo que originó variadas alteraciones genéticas que hicieron surgir curiosas enfermedades como la Erythropoietic Protoporphyria, tan exótica como su mismo nombre. Normalmente, los glóbulos rojos tienen una sustancia llamada porfiria, pero en estos enfermos había más de lo habitual, lo que se manifestaba como un color rojizo en la piel, los ojos, los dientes y los labios. Y por si esto fuera poco también les aparecían grietas en la piel, que sangraban cuando eran expuestas al sol.
Para evitar que sus pacientes siguieran perdiendo sangre, los galenos de entonces les recomendaban encerrarse durante el día para protegerse de la luz solar, y beber sangre para compensar las pérdidas. Vivida imagen dracúlea la de estos enfermos de labios y dientes rojizos que bebían el vital líquido en las oscuridades de los castillos, y para colmo en plena Europa Oriental, cuna del célebre conde Drácula.
La leyenda de los hombres vampiros, por analogía con este animal que también bebe sangre de mamíferos y habita en las tinieblas, bien pudo haberse inspirado en estos hechos reales. El irlandés Bram Stoker publica, en 1897, su novela «Drácula», sobre la base de su conocimiento de estas leyendas pero también fundándose en cierto sujeto que existió realmente en la Romanía del siglo XV, vale decir por la misma época en que apareciera la rara enfermedad.
Se trataba del tirano Vlad, alias «El Empalador» o también «Draculae», que en rumano quiere decir «hijo del demonio». Y en verdad que hacía honor a sus apodos: se deleitaba empalando a numerosos prisioneros de guerra, y hasta a nobles de su misma corte y otras distinguidas pero desprevenidas personas. Cierta vez al embajador de Turquía le clavó en la cabeza su propia zapatilla, devolviéndolo a Constantinopla como muestra de su desprecio por los turcos.
Semejante personaje no podía ser, en la imaginación de Stoker, nada menos que el rey de los vampiros, y su costumbre de empalar a la gente fue inmediatamente relacionada por el escritor irlandés con la leyenda medieval que sostenía que para matar un cuerpo vampirizado había que atravesarle el corazón con una estaca.
Rumania siempre recuerda a su antihéroe nacional, tanto que, en ocasión de la destitución de su dictador Nicolai Ceaucescu, no faltaron entre la indignada muchedumbre pancartas que lo identificaban con el mismísimo Drácula.
Y es así que muchas novelas de ficción se inspiran en leyendas y éstas a su vez en hechos reales, sólo que a estos últimos cada cual los va modificando desde su propia subjetividad atravesándolos con sus conflictos, deseos y fantasías. Dicho esto tu que crees de los primeros nombres que he mencionado en el artículo, ¿Ficción o Realidad?
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