E-bomb: el fin del mundo civilizado en una lata de cerveza

La e-bomba, también conocida como Bomba de Microondas de Alta Potencia (HPM, por sus siglas en inglés), es un arma en la que los departamentos de seguridad de medio mundo vienen investigando desde hace décadas. Sin embargo, no ha sido hasta los últimos años cuando se ha se ha dado un paso de gigante en su diseño, operatividad y coste. Según sostiene Eduardo Mendieta, de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (ESPOL) de Ecuador, hoy en día «es posible diseñar un generador de pulso electromagnético (EMP, por sus siglas en inglés) que pueda caber en una lata de cerveza». Pero aún más sorprendente es el precio de los materiales para su fabricación casera: unos 400 dólares.

Pero, ¿de qué tipo de artefacto estamos hablando? No son pocos los expertos que han bautizado la e-bomba como la bomba del siglo XXI. Puestos a comparar, la e-bomba sería para el mundo digital en que vivimos lo mismo que para Superman la criptonita. Frente a otro tipo de dispositivos tan devastadores como la bomba atómica, la e-bomba no sesga la vida de todo lo que encuentra a su paso, no abate cualquier tipo de construcción, no cava un cráter en el suelo, no es ruidosa y tampoco produce humos u olores. Su poder es mucho más sutil: podría atrasar el reloj de la Historia a la Edad Media, a un mundo completamente incomunicado.

Mediante el lanzamiento de potentes ondas electromagnéticas que viajan a la velocidad de la luz, la e-bomba impide el uso, degrada o incluso destruye en cuestión de nanosegundos los circuitos eléctricos-electrónicos de los sistemas de comunicaciones (radio, televisión, satélites o sistemas informáticos), los radares, vehículos de combate, búnkers y sistemas de misiles del adversario. Colapsa totalmente al enemigo. Se carga el C3 (Command, Control and Communications), es decir, los centros de mando, control y comunicaciones, explica a Atenea el analista de Defensa Julio Maíz.

En los conflictos modernos, los equipos electrónicos desempeñan un papel crucial, tanto en las comunicaciones como en los sistemas de defensa, ya que su uso aumenta notablemente sus capacidades y, a día de hoy, el funcionamiento de prácticamente todos los cazas, buques de guerra o carros de combate está regido por sistemas electrónicos. La dependencia de dichos sistemas es tal que, sin ellos, la plataforma que los lleva deja de funcionar o no lo hace al rendimiento correspondiente. En el marco de un ataque aéreo o terrestre, el empleo de una e-bomba apuntaría a dejar ciego, sordo y mudo al enemigo, colocarlo en una situación de incapacidad para controlar sus medios y fuerzas o para informarse sobre el estado de la batalla en curso. Las tropas seguirían contando con armas mecánicas, como las ametralladoras convencionales, pero no dispondrían del equipo necesario para planear una ofensiva o localizar al oponente. La mejor unidad militar se convertiría así en un vulgar grupo guerrillero.
Utilizada desde los primeros compases de un conflicto y sin preaviso, la e-bomba se adapta perfectamente a la doctrina militar norteamericana del ataque preventivo. Resulta atractiva para tratar con Gobiernos beligerantes. El sustancial daño político, militar y económico se puede infligir con un modesto compromiso de recursos y sin la políticamente perjudicial pérdida de vidas, considera el analista de Defensa australiano Carlo Kopp en su paper La Bomba Electromagnética, un arma de destrucción eléctrica masiva.

¿Una bomba no letal?

A pesar de que es considerada como una bomba blanda o no letal –como las bombas de grafito o las bombas de hormigón–, los efectos de este tipo de bomba electromagnética no se circunscriben única y exclusivamente al terreno tecnológico y militar, sino que también alcanzan a la infraestructura civil y en ocasiones al mismo estado de salud de la población. Pensemos, por ejemplo, en los escalofriantes trastornos que padecerían los ciudadanos si en el radio de acción de la e-bomba hubiera un hospital o una planta de suministro de agua. Igualmente, las personas podrían sufrir daños por estar próximas a líneas de alta tensión, ya que éstas recibirán sobrecargas susceptibles de provocar enormes chispazos y descargas, e incluso explosiones e incendios eléctricos en las inmediaciones. Por último, cabe recordar que las microondas elevan la temperatura corporal (a entre 40 y 45 grados centígrados), por lo que producen quemaduras, y pueden llegar a ser cancerígenas. A pesar de ello, no existe ningún tipo de restricción a nivel internacional al uso de e-bombas, si bien hay organizaciones como la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC, por sus siglas en inglés) que tratan de establecer normas para la protección civil frente a las microondas de alta potencia, declara a Atenea Edl Schamiloglu, profesor del Departamento de Ingeniería Eléctrica e Informática de la Universidad de Nuevo México que lleva 21 años investigando sobre HPM.

Los efectos y el alcance de la destrucción de una e-bomba dependen fundamentalmente de la altitud de detonación. Si la e-bomba explota sobre el nivel del suelo o a baja altura (por debajo de los 4.000 metros), su radio de acción es de un puñado de kilómetros. Sin embargo, si lo hace a alturas intermedias su poder no es tan significativo, ya que el aire absorbe uniformemente los rayos gamma instantáneos producidos por la explosión y no genera perturbaciones electromagnéticas de largo alcance. Ahora bien, si una e-bomba detona más allá de los 50 kilómetros que alcanza la estratosfera, su potencia es de ciencia ficción. Un ataque de pulso electromagnético de gran altitud (HEMP, por sus siglas en inglés) sería capaz de cubrir un continente e incluso un hemisferio entero, causando un completo caos civil y militar por privación de los servicios esenciales (electricidad, agua potable, distribución alimentaria, comunicaciones, etcétera) durante un período de tiempo indefinido. Por ejemplo, una explosión de 100 kilotones a 110 kilómetros de altitud afectaría a una superficie equivalente a la mitad de Estados Unidos.

Las investigaciones sobre el pulso electromagnético o EMP se remontan a mediados del siglo XX y corresponden a los soviéticos, concretamente al célebre científico y posterior Premio Nobel de la Paz Andrei Sajarov. No obstante, su auténtico potencial no se descubrió hasta 1962, de forma accidental, a raíz de una prueba atómica denominada Starfish Prime en el atolón de Johnston (océano Pacífico). Aquella bomba termonuclear, que fue detonada a 400 kilómetros de altitud y liberó una energía de 1,4 megatones, generó un pulso electromagnético que inhabilitó tres satélites de órbita ecuatorial durante varias horas y dejó sin luz a cientos de hogares hawaianos situados a unos 1.400 kilómetros de distancia.

EEUU, líder en investigación

Desde entonces –y ha pasado ya casi medio siglo–, la literatura y las conjeturas sobre la investigación y uso de la e-bomba han crecido exponencialmente. Estados Unidos ha sido el país más activo y diáfano al respecto, ya que ha llegado a hacer público en Internet información tan relevante como los presupuestos destinados a la investigación o las direcciones y fotografías de los principales laboratorios donde tenía lugar desde finales de la década de 1980: a saber, los laboratorios nacionales de Sandia (SNL, Nuevo México), Los Álamos (LANL, Nuevo México) y Lawrence Livermore (LLNL, California), todos ellos dependientes del Departamento de Energía. Así lo atestiguan también los papers publicados por investigadores como Robert Antinone y W.C. Ng desde 1988, las conferencias organizadas en 1993 en Los Álamos con la presencia de congresistas y representantes de la Armada y la Fuerza Aérea, ensayos reales en 1994 y 1997 o los mismos documentos presupuestarios del Departamento de Defensa, que desde mediados de la década de 1990 mencionan programas sobre HPM sin entrar en detalles. Además, según informes desclasificados, en el año 1996 el Ejército estadounidense firmó el primer contrato para producir un generador de pulso electromagnético con un constructor de nombre desconocido, mientras que en 2000 se puso en marcha una e-bomba para desactivar las defensas antiaéreas.

También en 2000, la coronel de la Fuerza Aérea Eileen Walling aseguraba –en un paper titulado Microondas de alta potencia: implicaciones estratégicas y operativas para una guerra– que, después de varias años de ensayos, las e-bombas estaban listas para su despliegue como armas operativas del Ejército estadounidense. Ya en 2002, la prensa británica especuló que el Pentágono planeaba atacar a Sadam Husein con una e-bomba que estaba desarrollando en secreto la empresa Matra BAe Dynamics. Paralelamente, el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dejaba entrever que las e-bombas podrían integrar el arsenal estadounidense en caso de conflicto con Irak. Vaya usted a saber, dijo. Y vaya si lo supimos. Estados Unidos desplegó una e-bomba experimental el 24 de marzo de 2003 para noquear la television por satélite iraquí e interrumpir la difusión de propaganda, informó la cadena de televisión CBS al día siguiente.

Robert G. Williscroft, que trabajó durante 23 años en la Armada estadounidense y en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), lo narra de otra manera para Atenea: Recuerdo el lanzamiento televisado de una bomba inteligente contra la estación de la televisión nacional iraquí. La bomba entró por una ventana y luego la transmisión se detuvo a pesar de que el edificio no resultó destruido. Estoy convencido de que fue una e-bomba, apunta Williscroft, que va un paso más allá y sugiere que Estados Unidos continuó utilizándola en los siguientes estadios de la guerra, neutralizando el sistema de comunicaciones iraquí al completo. El Ejército iraquí era un Ejército moderno, bien entrenado, pero se encontró a sí mismo en un estado de completo desorden y confusión, agrega. En este sentido, Julio Maíz mantiene que se empleó también en los ataques iniciales, previos a la invasión de Irak, concretamente en las zonas de exclusión. Incluso hay expertos que señalan que las guerras de Kosovo y Afganistán, previas a la de Irak, constituyeron un campo de pruebas para la e-bomba.

Ahora bien, la e-bomba no es un coto exclusivo de Estados Unidos, si bien es el país más interesado en su investigación y uso por ser el más vulnerable ante un ataque de pulso electromagnético dada la fuerte tecnificación de su Ejército y de su sociedad civil en general, según afirmó en 2004 una comisión del Congreso creada ad hoc cuatro años antes. Prácticamente cualquier país tecnológico e innovador cuenta actualmente con un programa de investigación sobre la e-bomba y estoy seguro de que varios de los más avanzados poseen armas reales. Me estoy refiriendo a Estados Unidos e Israel por descontado, pero también a Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia y Australia. Sospecho que China y Taiwán tienen programas activos, así como República Checa, India, las dos Coreas, España y, probablemente, Brasil, Georgia, Pakistán e Irán, asegura Williscroft.

Rusia, Francia y Alemania

Hasta los albores del siglo XXI, Rusia iba varios cuerpos por delante de Estados Unidos. En 1998, según el diario sueco Svenska Dagbladet’, Australia y Suecia habían adquirido y testado una e-bomba rusa por 150.000 dólares. Al parecer, se trataba de un dispositivo del tamaño de un maletín capaz de emitir pulsos electromagnéticos ultrarrápidos de hasta diez gigavatios de potencia, esto es, el equivalente a la energía de salida de diez reactores nucleares. De forma oficial, la corporación rusa Rosoboronexport puso en el mercado en 2001 el sistema armamentístico Ranets-e, que, con impulsos de entre 10 y 20 nanosegundos y una potencia de 500 megavatios, inhabilita las armas de alta precisión del enemigo en un radio de diez kilómetros y garantiza la defensa en un ángulo de de 60 grados.

Otros países como Francia y Alemania tampoco le van a la zaga a Estados Unidos y Rusia. Según informó ‘Le Monde Diplomatique’ en 2003, el Estado galo estaba investigando la e-bomba en colaboración con laboratorios universitarios de Limoges y Lille y escuelas de ingenieros como Supélec y Politécnico, en Saclay. Mientras, la BBC anotó el mismo año que Rheinmetall AG, el mayor fabricante de armas germano, llevaba años haciendo lo propio, al tiempo que colaboraba con Rusia en el desarrollo de un generador EMP que podría integrarse en un cañón de artillería de 155 milímetros. Unos meses después, la revista ‘Aviation Week and Space Technology’ indicó que la empresa Diehl «estaba suministrando a las fuerzas militares estadounidenses en Irak diez prototipos de e-bomba en pruebas para la protección de convoyes». En ocasiones, Francia y Alemania han llegado a trabajar conjuntamente. Tal y como publicó el portal ‘Air&Cosmos’ en 2003, un equipo del Instituto Franco-alemán de Investigaciones de Saint-Louis estaba probando un generador de pulso electromagnético que cabría en un cilindro de 40 centímetros de longitud y 10 centímetros de diámetro e iría integrado en un obús de calibre 155 milímetros.

Los últimos ensayos con una e-bomba que se han dado a conocer a la opinión pública tuvieron lugar a mediados del pasado abril en Huntsville (Alabama, Estados Unidos). Desarrollada por la Universidad Tecnológica de Texas, con financiación del Ejército, se trata de un cilindro de 1,5 metros de longitud y 15 centímetros de diámetro, unas dimensiones lo suficientemente reducidas como para encajarla en un misil o portarla sin problemas en un ‘Humvee’ o en aviones no tripulados. Los principales componentes de la e-bomba testada en el Centro de Vuelo Espacial George C. Marshall de la NASA eran tres: un generador de compresión de flujo (FGC, por sus siglas en inglés), un vircator (oscilador catódico virtual), y una antena que irradia las microondas de alta potencia resultantes.

El objetivo de Estados Unidos es integrar la tecnología de la e-bomba, una vez superado definitivamente el problema de su tamaño, en el mayor número posible de medios de combate, desde misiles de crucero hasta los aviones EA-6B Prowler, pasando por las bombas de precisión JDAM (Joint Direct Attack Munition) guiadas por satélite. La mejor forma de defenderse de un ataque con e-bomba es destruir la plataforma o el vehículo que porta el dispositivo. No obstante, el método de protección más fiable es refugiar todos los aparatos eléctricos y electrónicos en un recinto metálico o jaula de Faraday que anula el efecto del campo electromagnético exterior.

En manos de Al Qaeda por 400 dólares

La mayor preocupación que comparten los países de todo el mundo con respecto a la e-bomba es que caiga en manos de indeseables o grupos terroristas, de ahí la escasez de información oficial sobre este tipo de dispositivo, que ha llegado a denominarse el arma de los pobres. Por otra parte, a pesar de que las versiones de e-bombas que están ejecutando en estos momentos naciones como Estados Unidos se basan en tecnologías muy sofisticadas y costosas, los terroristas podrían poner en marcha modelos menos caros, con un bajo componente tecnológico pero el mismo poder destructivo. Cualquier nación con una tecnología de los años 40 podría fabricar estas bombas. Por ello, la amenaza de proliferación que se cierne sobre ellas es muy real ha valorado Carlos Kopp.

David Schriner, un ex ingeniero civil eléctrico de la Marina estadounidense, hizo la prueba. En 1998 informó al Congreso de que, por sólo 500 dólares y dos semanas de trabajo en el sótano de su casa, había articulado una rudimentaria e-bomba con la que podía dificultar el funcionamiento de un turismo situado a 15 metros de distancia sobrecargando sus componentes eléctricos. Los congresistas se asustaron lo suficiente como para concederle un contrato por valor de un millón de dólares.

Schriner había comprado los materiales necesarios (dos bobinas de encendido para automóviles, una batería, un carburador, un filtro de aceite y aceite Transformer Oil) por correo ordinario, pero hoy en día se podría hacer también por Internet. De hecho, el Instituto Internacional de Contraterrorismo de Herzliya (Israel), denunció en abril que la red de redes ofrecía la información y el equipamiento necesarios para construir una e-bomba con la potencia suficiente como para destruir los sistemas eléctricos de un avión de pasajeros 737. La revista estadounidense Popular Mechanics fue un pasó más allá y cifró los costes en 400 dólares, 100 menos de los que había necesitado Schriner una década antes.

Una célula terrorista tendría que emplear a varios ingenieros y necesitaría un taller bien equipado, el tipo de taller que muchos manitas americanos tienen. También necesitarían tener acceso a explosivos como TNT O HBX. Salvo los explosivos, todos los materiales pueden comprarse libremente en cualquier tienda de bricolaje bien equipada. A partir de aquí, sólo se trata de una cuestión de experimentación. Yo y varios conocidos míos podríamos conseguir una e-bomba completamente funcional en unos meses, asegura Robert G. Williscroft. Sin embargo, descarta una producción a gran escala por parte, por ejemplo, de una célula de Al Qaeda. En primer lugar, porque estos tipos normalmente son estúpidos ignorantes que realmente no tienen la formación y la experiencia necesarias para llevar a cabo el programa de investigación y desarrollo pertinente. Y, en segundo lugar, porque, aunque una célula concreta tuviera la capacidad suficiente, necesitaría una cantidad enorme de materiales y eso llamaría rápidamente la atención de las autoridades.

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