¿Quiénes somos los celtas?

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El territorio peninsular sobre el que se asientan los recién llegados (preceltas) estaba habitado por pueblos preíberos (aparte de geográfico, íbero es un término cultural). Se discute mucho si se produjo un desplazamiento, una conquista, una alianza, asimilación, pacto o fusión entre celtas e íberos (de buen grado o como siervos). Los datos disponibles son contradictorios y las teorías de los autores difieren sobre el tema. Incluso podría darse una mezcla de todas las opciones posibles ya que las densidades de población y los recursos disponibles son muy especulativas. Las relaciones e influencias mutuas cambiaron con el paso del tiempo. Se atestigua una gran presencia precelta en zonas la Bética (actual Huelva, Sevilla) que se intentan explicar mediante la presencia de siervos, mercenarios o bolsas aisladas de colonos. Lo evidente es que en la península Ibérica falta realizar una campaña arqueológica seria que pueda dar datos fiables que permitan reconstruir el pasado.

Las primeras referencias escritas sobre los celtíberos se deben a geógrafos e historiadores greco-latinos (Estrabón, Tito Livio, Plinio y otros), aunque su estudio, que arranca del siglo XV, no adquiere rango científico hasta los inicios del siglo XX (marqués de Cerralbo, Schulten, Taracena, Caro Baroja, etc.), cobrando renovado impulso en los últimos años. Pese a este excepcional acervo literario, aún hoy se discuten aspectos claves para su definición: los confines de su solar, su verdadera personalidad o su propia genealogía.

Las fuentes clásicas son muy imprecisas respecto a su territorio, aunque podemos considerar que los celtíberos históricos se extendieron con seguridad por las provincias de Soria y Guadalajara, buena parte de La Rioja, este de Burgos, oeste de Zaragoza y Teruel, quizás norte de Cuenca y Asturias; diferentes interpretaciones amplían este marco hacia oriente y occidente. Pueden ser considerados como un grupo étnico, ya que incorporan entidades menores (arévacos, tittos, bellos y lusones, resultando polémica la inclusión de vacceos, pelendones y berones), sin que ello signifique la existencia de un poder centralizado y ni siquiera de una unidad política, salvo quizás, y de forma coyuntural, con ocasión de los acontecimientos militares del siglo II a. C.

Dado lo heterogéneo de la información literaria y de las evidencias arqueológicas de la cultura celtibérica, resulta difícil definirlos a partir de un único rasgo; no obstante, nos consta que hablaban una misma lengua, el celtibérico, cuyos testimonios escritos (utilizando el alfabeto ibérico), aunque tardíos, se extienden por un territorio que viene a coincidir básicamente con el descrito.

Según la visión tradicional, se explicaba su origen como resultado de la fusión entre celtas e iberos. En la actualidad, a partir de recientes estudios genéticos, se entienden como fruto de la evolución experimentada por algunos pueblos célticos peninsulares de la primera Edad del Hierro, sobre los que posteriormente ejerció una marcada influencia la cultura ibera.

La cultura de los celtíberos hizo suya la herencia de los iberos, de quienes adoptaron el sistema de escritura. Tras la caída de Numancia en el 133 a. C., su territorio pasó a formar parte de la provincia romana Hispania Citerior.

Los primeros textos celtíberos pueden fecharse aproximadamente entre principios del siglo II a. C. y el I d. C. El alfabeto utilizado en los textos más tempranos es el ibérico, que no resulta del todo adecuado para representar los distintos sonidos de la lengua celtibérica. El alfabeto latino ya está presente en algunos de los textos más tardíos. Muchas de las inscripciones contienen una fórmula onomástica estereotipada, como la que puede encontrarse en una lápida localizada en Ibiza: «Tirtanos de la familia de Abolus, hijo de Letondu, de Kontrebia Belaiska».

Existe también un buen número de monedas grabadas con el nombre celtíbero de la ciudad o de los habitantes de la ciudad en donde aquéllas fueron acuñadas. Además, se han encontrado 20 tesserae hospitales grabadas, pequeñas placas de bronce utilizadas como símbolo de pacto entre dos partes, generalmente entre un individuo y una comunidad, con las que el portador podía solicitar hospitalidad a lo largo de sus viajes. La mayoría de estas inscripciones son muy breves, con la excepción de la tessera de Luzaga (24 palabras).


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